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En el vasto lienzo del horizonte, me encontré absorto, contemplando un regalo divino que había atendido a mis plegarias más íntimas: el amor verdadero y sublime. Era ese tipo de amor que, al ver su sonrisa, sentías que el propósito de tu existencia se desvelaba: asegurar que esa sonrisa se mantuviera eterna en su rostro. Sin embargo, en la compleja sinfonía de matices y colores que conforman la vida, una pregunta persistía en mi mente: ¿Por qué no podía estar junto a ella físicamente? ¿Por qué no podía envolverla en mis brazos y cubrirla con besos cálidos? ¿Por qué no podía percibir su aroma, o presenciarla entonando melodías en el piano, melodías que hacían danzar mi corazón al compás de su belleza? Una interrogante que resonaba como un eco en mi interior, repitiéndose una y otra vez: ¿Por qué? ¿Acaso la vida nos entrega sus dones de forma incompleta? ¿Acaso la plenitud es solo un espejismo?

En un momento de pausa, aparté la mirada del horizonte y, como si estuviera ajustando el enfoque para observar las estrellas, dirigí mi atención hacia lo más profundo de mi ser. Y allí, en ese remanso de reflexión, surgió una serendipia que traía una revelación: «Tan cerca pero tan lejos». Como una manifestación inesperada, la respuesta que buscaba se desveló ante mí, yacía en la esencia misma de mi ser. Aunque físicamente distante, ella habitaba en mí de una manera tan palpable que era como si fuera parte de mi ser.

Comprendí entonces que no se trataba de la cercanía física, sino de los abrazos del alma que nos reconfortan y nos invitan a ser auténticos; no se trataba de los besos materiales, sino de aquellos que sabemos están reservados para nosotros porque reconocemos que es donde encontramos nuestro verdadero hogar; no se trataba de presenciar su arte con los ojos del cuerpo, sino de escuchar con los oídos del alma, recordando la conexión profunda y genuina que nos une; no se trataba de percibir su fragancia con el sentido del olfato, sino de tener impregnado en la memoria su aroma, señalándonos que nuestros pensamientos le pertenecen.

Así, comprendí que el verdadero amor puede trascender la distancia física, que puede estar presente aún en su ausencia. Y en este entendimiento, reconocí que la vida no nos entrega a medias, sino que nos enseña en fragmentos, revelándonos que la plenitud reside en la conexión del alma y en la comprensión de que, a pesar de la distancia, el amor auténtico trasciende las limitaciones del espacio y el tiempo. EL AMOR VERDADERO PUEDE ESTAR PRESENTE SIN ESTAR PRESENTE.

Únete a la discusión Un comentario

  • Carmen dice:

    Siento exactamente lo mismo. ¿Por qué la persona que amas de verdad está tan cerca y al mismo tiempo tan lejos? Este intenso anhelo es un reflejo de cuánto los extrañas, cuánto los amas y el fuerte deseo de estar con ellos. A veces se requiere la ausencia de la persona que amas para sentir más intensamente su presencia. Lo que hace que el amor verdadero sea aún más hermoso es cuando te enamoras del alma de la persona antes de que puedas siquiera tocar su piel. El verdadero amor es paciencia y el verdadero amor vale la pena esperar.

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