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En los laberintos de la temporalidad y viajes en el tiempo, Alan y Jorge se encontraban inmersos en la biblioteca ancestral, buscando el sentido de la existencia oculto entre las páginas marchitas de los tomos antiguos.

Sus pasos los llevaron a una sección olvidada, donde descubrieron un tomo antiguo titulado «El Gran Enigma Humano: El Vacío, ¿Cómo Evitarlo?».

Con la curiosidad palpable como un latido constante, ambos se aventuraron hacía un libro que prometía descifrar el gran enigma del vacío existencial. Al abrirlo, se toparon con hojas desnudas, esperando ansiosamente ser imbuidas con la tinta de la comprensión. Sin embargo, en la primera página, una pregunta titánica aguardaba: «¿Si tuvieras el poder de quitar algo del mundo qué quitarías?».

Entonces, entre debates y cavilaciones, exploraron las profundidades de sus pensamientos, tratando de dar respuesta al gran enigma; quitamos… ¿La guerra? ¿La pobreza? ¿O acaso las redes sociales, ese espejo virtual que reflejaba la realidad distorsionada de la humanidad? Alan, en un destello de recuerdo, evocó un viaje a un pueblo singular, conocido por ser el más pleno, amable, pacífico y unido de todos los universos y tiempos, donde no existían los espejos, y la única forma de ver tu propio reflejo era a través del otro.

En aquel pueblo Alan había tenido la oportunidad de conversar con un sabio anciano, y a pesar de los múltiples universos y andares en el tiempo, las palabras que escuchó, habían sido como semillas en su alma viajera: “- Todos tenemos espejos ocultos en el alma, que reflejan el ego y la ilusión de la individualidad absoluta, que podemos solos y que no necesitamos de nadie. He comprendido que a pesar de mi determinación y disciplina, el verdadero camino hacía la plenitud yace en la conexión con el prójimo, en entrelazar el propio camino con el de los otros, a través de vínculos genuinos y poderosos

 La lección de aquel pueblo sin espejos se había grabado en su ser: No estamos solos en este viaje, y la plenitud se encuentra en el acto de compartir y brindar apoyo mutuo. Romper el espejo del ego era el primer paso hacia una comprensión más profunda, hacia la conexión auténtica con los demás. Alan había por fin comprendido que un mundo sin espejos físicos llevaba a reconocerse en el otro, y que en ese reconocimiento mutuo se rompían los espejos internos propios del ego, llevando a la construcción de conexiones que dotaban la vida de sentido.

Con el corazón iluminado por esta revelación, Alan y Jorge plasmaron en el libro su visión del vacío. Concluyeron que no se trataba de llenar un agujero sin fondo, sino de llenar la vida misma con la luz del servicio y la compasión. Y así, en las palabras escritas en aquellas páginas en blanco, encontraron la respuesta a su búsqueda existencial: la verdadera plenitud yace en el acto de dar, en ver la sonrisa auténtica del otro como reflejo de nuestra propia realización.

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