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Dicen por ahí que el que no sabe para dónde va, cualquier bus le sirve… Y cuanta razón tiene el conocimiento popular, en el caso de las decisiones yo diría: “el que no sabe quién es, el que no sabe lo que quiere, no sabe tomar buenas decisiones y hace cualquier cosa.

La vida se define día a día por nuestras decisiones, a cada momento la vida nos empuja a elegir por una cosa o la otra, a escoger entre muchas posibilidades. Asevera Irvin Yalom en una de sus obras: “Por cada “sí” tiene que haber un “no”. Decidir una cosa significa siempre renunciar a otra. Como le decía un terapeuta a un paciente indeciso: “Las decisiones son costosas; nos cuestan todo lo demás”. La renuncia acompaña invariablemente a la decisión. Uno tiene que renunciar a las opciones, algunas de las cuales no volverán a presentarse jamás. Las decisiones son dolorosas porque significan la limitación de posibilidades”. (Yalom., 1984, p. 384).

La decisión es difícil debido a que tenemos que renunciar a una posibilidad al mismo tiempo que elegimos otra, y en muchas ocasiones por quererlo todo o por no saber lo que queremos, terminamos decidiendo cualquier cosa o terminamos no decidiendo. Y aquí es cuando llegamos al tan aclamado pero poco puesto en práctica “Autoconocimiento”; si no sabes lo que eres (con lo bueno y con lo malo, con tus carencias y necesidades), lo que quieres y tus propios principios, cómo vas a saber lo que hay en juego, cómo vas a saber cuál posibilidad agarrar y cuál soltar.
Cuando no conocemos y comprendemos todo eso de nosotros mismos, podemos elegir de forma impulsiva, sin tener en cuenta a los demás, sin tenernos ni siquiera en cuenta a nosotros mismos, terminamos por decidir por suerte, por lo que salga, por lo que nos aconsejen, por lo que diga el horóscopo, YouTube o un podcast.

Vemos todo esto por ejemplo, en aquella esposa que le es difícil tomar la decisión de divorciarse, porque al mismo tiempo implica quedarse sola, pero decide enfrentarse a su dilema relacionándose con otro hombre, usándolo como soporte, para ser capaz de liberarse por fin de su marido; pero por falta de conocimiento de su mundo interior, no se da cuenta que ha acrecentado el problema, y que su mala decisión es producto de no enfrentar su miedo a la soledad, de su dificultad para ser autónoma e independiente. O aquel estudiante que retira una materia para sacar mejores notas porque no tiene tiempo suficiente, sin darse cuenta que lo que en realidad está haciendo es posponer enfrentar la situación y asumir su responsabilidad, entregándosela al sistema de la universidad.

Tenemos también a un empleado que tuvo una equivocación magistral para que así lo despidieran, indirectamente ha decidido dejar el trabajo, poniendo la responsabilidad en el otro, en su jefe. Por otro lado, un hombre es incapaz de terminar una relación, pero lleva a su novia a tomar la decisión mostrándose apático, poco detallista, frío e indiferente.

Si algo quedaba reflejado en los anteriores ejemplos es que muchas veces somos incapaces de asumir la responsabilidad de una decisión, de hacernos cargos de nosotros mismos, de que somos los únicos responsables de nuestra situación, pero ello es por falta de conocernos a nosotros mismos, algo que parece sencillo, pero que es tal vez la tarea más titánica que tenemos. La decisión es el gatillo que dispara cualquier cambio, sin decisión no hay acción, y sin acción no hay vida.

¿Pero qué hacer entonces para tomar decisiones y que sean coherentes? Es vital saber quién eres, saber a dónde vas y construir tus propios principios.

A la hora de decidir los sentimientos y las emociones nos pueden abrumar y sobrepasar, llevándonos a elegir más por nuestra carencia que por aquello que es más importante para nosotros. Una estudiante puede elegir ir a una fiesta en día de semana y trasnochar a raíz de su carencia de aprobación, en vez de preparar el parcial, ambas son importantes, pero al no conocerse, no es capaz de ver que su decisión es guiada más por sus vacíos que por su proyecto de vida.

Cuando tomamos acción por esos deseos no reconocidos, podemos decirnos cosas como: «no se lo qué hice» «no sé porque lo hice» «no puedo controlarlo» «me siento tan mal”, por esto lo clave y central para tomar el mejor bus de las decisiones es el conocer nuestro mundo interno y afectivo, y eso se logra en un proceso, que por experiencia propia y de mis navegantes en consulta, es a través de la terapia psicológica. Al saber quién eres, sabes lo que quieres, y al saber lo que quieres, construyes tus principios que te llevan al destino deseado, aún en medio de las calles dañadas, los desvíos y las vicisitudes del camino.

Finalmente, no se trata de hacer lo bueno o lo malo, porque eso tiene muchos senderos y nos podemos resguardar en ese famoso el fin justifica los medios, es hacer lo que nos conviene y edifica a nosotros y a los demás también. El mayor nivel de decisión es cuando decides para edificar la vida de otro, para favorecer y ayudar a otro, más allá de ti, porque grandes figuras muchas, grandes líderes muchos, pero con capacidades humanas teniendo en cuenta al otro, pocos.

Referencias
Yalom, I. D. (1984). Psicoterapia Existencial (2da ed.). Barcelona: Herder.

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